U.C: Análisis Sociológico del Derecho
Resumen
En este tema abordaremos sobre el segundo libro de la republica de platón
en el cuál comienza como si fuese la
continuación del primero, que ha quedado como preludio, retomándose la cuestión
que había sido planteada, esto es, la pregunta sobre la justicia, qué es la
justicia, que se introduce a través de las objeciones de Glaucón, hermano de
Platón, a la última observación de Sócrates en el libro anterior, según la cual
habrían estado hablando de cualidades de la justicia y se habrían quedado sin
definir la justicia en sí misma.
Por eso las primeras palabras de Sócrates nos llevan hasta un lugar hegeliano,
el final está ya contenido en el principio, y también hacia un lugar
antihegeliano en definitiva, pues cada final no es más que el nuevo comienzo de
una conversación que prosigue y proseguirá sin solución de continuidad:
"Con estas palabras creía yo haber puesto fin ya a la discusión (lógos),
pero al parecer no habíamos pasado todavía del proémio" (Rep.357a).
La persuasión anterior se revela
como aparente, lo cual exige que se prosiga hasta conseguir la verdadera.
Porque de no continuar, habrían caído los dialogantes en la trampa del
dogmatismo o finalización de la autocrítica, que reside en que cada etapa de
avance en la verdad tendrá una tendencia a fijarse como la verdad absoluta y
detener la indagación, presentándose como pretendiente definitiva. Así, la doxa
(opinión) se presentará siempre como el resultado definitivo del camino que
transita por la eikasía (conjetura imaginaria) y la pistis (creencia), y éstas
también podrá ofrecerse con pretensiones de verdad conseguida, sin proseguir
hacia la episteme (ciencia).
Habrá que resistir entonces a la
tentación de detenerse en las primeras cristalizaciones y proseguir el estudio,
siempre inacabado, aunque no por ello vacío, y siempre inacabable. Por eso el
que Platón situase la Idea del bien más allá del ser, si bien ha sido muchas
veces leído como un error trascendentalista, pudiera ser un guiño hacia la
aceptación del hecho de la infinitud del diálogo filosófico y la inacababilidad
de la búsqueda de lo verdadero.
A continuación Glaucón
pide a Sócrates que haga un análisis serio de si la vida del justo es más o
menos feliz que la del injusto. También le exige que deje a un lado las trampas
sofistas para irritar a jóvenes soberbios como Trasímaco. Glaucón le plantea
dos objeciones a la idea de que lo justo es mejor en todo sentido que lo
injusto:
a) En primer lugar, hace
una distinción que Aristóteles repetirá tal cual en la Ética a Nicómaco.
Existen tres tipos de bienes o fines, los que deseamos por sí mismos como la
alegría o la felicidad, los que deseamos por sí mismos y por lo que de ellos se
genera como la comprensión, la vista y la salud, y los que siendo penosos los
deseamos por los beneficios que procuran como la gimnasia, el trabajo o el
tratamiento médico. La justicia habría de pertenecer a la mejor clase de fines,
aquellos que sólo se quieren por sí mismos pero la mayoría opina lo contrario:
considera que la justicia pertenece al tercer tipo, es algo penoso que deseamos
con vistas a obtener un salario y una buena reputación.
b) La mayoría no cultiva
la justicia voluntariamente sino por “impotencia para cometer injusticias”.
Para ilustrar esta tesis Glaucón cuenta el mito del anillo de Giges, un anillo
que vuelve invisibles a las personas. ¿Qué haría la mayoría si tuviese ese
anillo en su poder? ¿Respetar las normas o lo contrario? El hombre justo en
nada es diferente del injusto: simplemente el justo está forzado a respetar las
normas. Si tuviese el anillo y no lo utilizase para echar mano a bienes ajenos
sería el hombre más desdichado y tonto del mundo.
Por último afirma Glaucón
que al justo que quiera realmente serlo y no sólo parecerlo le ocurrirán todo
tipo de desgracias. En cambio, el injusto, que se esfuerce en parecer justo,
podrá conseguir todo lo que quiera.
Adimanto, hermano de
Glaucón, argumenta que cuando los padres alaban la justicia, no lo hacen por sí
misma sino porque el parecer justo otorga buena reputación. También los poetas
afirman que la injusticia es preferible y más ventajosa. Vergonzosa sólo para
la opinión y la convención. Para colmo de males a los hombres buenos los dioses
les deparan todo tipo de infortunios. En cambio los injustos pueden hacerse
perdonar sus pecados mediante ofrendas.
Para responder a los
argumentos de Glaucón y Adimanto, Sócrates elabora un plan que ha de determinar
el resto del diálogo: para distinguir si la vida justa es mejor o no que la
injusta no debemos leer en la letra pequeña de los individuos sino investigarlo
en algo mucho mayor como el Estado. Una vez que sepamos cómo es la justicia en
el Estado aplicaremos lo aprendido a los individuos.
Comienza, por tanto,
Sócrates su larga exposición sobre el Estado. Éste tiene su origen en que cada
uno de nosotros es incapaz de autoabastecerse. La función del Estado es unir
las capacidades de muchos para satisfacer las necesidades de todos: comida,
vestido, vivienda… Además harán falta comerciantes, ganaderos, artesanos,
asalariados… Este Estado podría ofrecer a los individuos un tipo de vida muy
austero pero habría justicia entre los hombres. Sin embargo, el ser humano
aspira a más: no quiere un “Estado de cerdos” o un “Estado sano” sino un Estado
lujoso, con músicos, poetas, actores, empresarios, cosmética, pedagogos,
modistas, peluqueros, pasteleros, porquerizos, médicos…
Desgraciadamente un
Estado de este tipo quedaría pronto corto de recursos así que tendría que hacer la guerra a otras
ciudades para expandir su territorio. Para hacer la guerra se necesitaría una
clase especial de ciudadanos: los guardianes. Estos deben poseer agudeza en la
percepción, fuerza, valentía y fogosidad en el alma. Pero, siendo fieros con el
enemigo, habrían de ser mansos con sus vecinos. ¿Qué tipo de hombre posee ambas
cualidades a la vez? Sólo aquel que a la fogosidad añade el ser filósofo por
naturaleza, es decir, amante de aprender. Sócrates compara a los guardianes con
los perros: estos también son filósofos, amantes de aprender, porque sólo
atacan al que antes les ha hecho daño y respetan a quien encuentran por primera
vez. Aman, por tanto, el conocimiento.
¿Qué educación se
requiere para criar seres de esa naturaleza, los guardianes, guerreros y
filósofos?. Empezaríamos con la gimnasia y la música. Primero, la música, los
mitos. Pero habría que ser cuidadoso con el tipo de mitos que se cuenta a los
niños. No se les deben contar mitos, aunque pertenezcan a Homero y Hesíodo,
donde los dioses supremos (Urano y Cronos) se comporten como auténticos
salvajes parricidas. La educación de los niños deberá realizarse con mitos que
cumplan dos pautas básicas:
a) presentar a Dios como
dispensador sólo de los bienes y no de los males que afectan a la humanidad.
“…el dios no es causa de todas las cosas sino sólo de las buenas”
b) terminar con esa costumbre de los dioses griegos de metamorfosearse y
mentir continuamente. Al Dios le corresponde la perfección, la inmutabilidad y
la verdad.
LIBRO VIII DE REPÚBLICA
El libro VIII de República es un
ejemplo de la maestría de Platón como narrador de historias y forjador de
mitos.
Expone el origen y características de
los diferentes sistemas políticos usando relatos esquemáticos, ágiles,
entretenidos y repletos de significado. El enemigo a batir es la democracia,
descrita por Platón como el sistema político más bello a ojos de los más
necios. Muchas de las críticas que lanza contra la democracia se escuchan
habitualmente hoy día. Por ejemplo,
estoy seguro de que alguna vez habrás oído algo parecido a este discurso
sobre la educación:
—Por ejemplo, que el padre se
acostumbra a que el niño sea su semejante, y a temer a los hijos, y el hijo a
ser semejante al padre y a no respetar ni temer a sus progenitores, a fin de
ser efectivamente libre; el meteco es igualado al ciudadano, el ciudadano al
meteco y del mismo modo el extranjero.
—Así sucede, en efecto.
—Sucede eso y otras menudencias como
las siguientes: en semejante Estado el maestro teme y adula a los alumnos y los
alumnos hacen caso omiso de los maestros, así como de su preceptores; y en
general los jóvenes hacen lo mismo que los adultos y rivalizan con ellos en
palabras y acciones; y los mayores, para complacerlos, rebosan de jocosidad y
afán de hacer bromas, imitando a los jóvenes, para no parecer antipáticos y
mandones. 563a
Comienza el libro VIII cuando Glaucón
repasa las conclusiones sobre el Estado ideal a las que había llegado Sócrates
en capítulos anteriores. Quedó establecido que el Estado mejor era la
aristocracia de reyes filósofos con las siguientes características:
Comunidad de mujeres e hijos,
Educación íntegra común,
Reyes que se hayan acreditado como los mejores en la filosofía y en la
guerra,
Guardianes que no tengan nada privado sino todo en común y
reciban del pueblo sólo su alimento a modo de salario.
A un Estado excelente como este le
corresponde además un modelo de hombre también excelente. Todas las demás
formas de gobierno son deficientes. Glaucón pregunta a Sócrates cuáles son esas
constituciones imperfectas y qué modelos de hombre les corresponden. Esos
regímenes imperfectos son la timocracia, típica de Creta y Esparta, la
oligarquía, la democracia y la tiranía.
Ahora bien, ¿cómo degenera el sistema
político perfecto, la aristocracia de reyes-filósofos, en timocracia y demás
sistemas políticos corruptos? Sócrates utiliza el mito para responder, es el
conocido discurso de las Musas. Existe un número perfecto que señala la fecha
en que los movimientos circulares de los astros son más propicios para la
reproducción de la especie humana.
Al principio los gobernantes respetarán este
número pero lo irán olvidando con el tiempo y “casarán a las doncellas con
mancebos en momentos no propicios, y nacerán niños no favorecidos por la
naturaleza ni por la fortuna.” (546d) Estos gobernantes menos capacitados
empezarán por descuidar a las Musas en la educación y luego a la gimnasia. La
educación deficiente impedirá a los guardianes reconocer las diferencias entre
las razas y comenzará la mezcla que es el origen del caos social.
El primer régimen derivado de la ciudad
perfecta es la timocracia. Carece de gobernantes sabios que son sustituidos por
otros más “fogosos” y más “simples”. Estos no pueden más que llevar al país a
una guerra permanente además de inclinarse hacia las riquezas y los placeres en
lugar de la filosofía y la música. Su deseo más arraigado será el de “imponerse
y ser venerado”. El tipo de hombre que corresponde a este sistema político será
“feroz con los esclavos, por no sentirse superior a ellos”, gentil con los
libres y sumiso con los gobernantes, amará el poder y el honor ganado en la
guerra, gustará de la gimnasia y la caza, se volverá codicioso con la edad y
carecerá de razón pues es ajeno a la “música”. El hombre timocrático se forma
del siguiente modo: en un estado mal organizado y caótico, su padre, un hombre
sabio, prefiere huir de cargos y honores lo que conduce a su madre a criticar
la apatía del marido, un tonto incapaz de ganarse el reconocimiento de los
demás. En su alma se entablará una lucha entre la voz de su padre, racional, y
la de su madre, apetitiva y fogosa. Llegará a un compromiso y ofrecerá el
gobierno de sí mismo al principio intermedio, la fogosidad.
Tras la timocracia llega la oligarquía,
un régimen en el que “mandan los ricos”. La corrupción de la timocracia se debe
al amor al dinero de sus gobernantes. Con el tiempo descubrirán nuevas formas
de gastarlo y corromperán las leyes para poder hacerlo. Un Estado en el que se
venere al dinero despreciará la excelencia y los hombres buenos. Es evidente el
fallo de este sistema: imaginemos una nave en la que se impidiera timonear al
mejor piloto porque fuese pobre. Además, es un Estado doble: pobres y ricos
conspirando siempre unos contra otros. Los gobernantes serán incapaces de
servirse de la multitud armada para la guerra pues desconfían más de ella que
de los enemigos. Abundarán en ese Estado hombres que no poseen nada por haberlo
derrochado todo. Estos zánganos podrán o bien tener aguijón o bien no tenerlo.
Los que no lo tienen se convierten en mendigos y los que lo tienen en ladrones,
salteadores y profanadores.
La génesis del hombre oligárquico
tendría lugar del siguiente modo: ocurrirá cuando el hombre timocrático, amante
del honor y el valor, se vea enfrentado a los tribunales y resulte injustamente condenado perdiendo toda su
fortuna. Entonces su hijo se dará cuenta de que para mantenter la posición
social el honor es menos efectivo que el dinero. Este hombre entronizará su
parte apetitiva a la que se someterán la parte racional y fogosa del alma. Es
un hombre ahorrador y laborioso cuyas pasiones más bajas no saldrán a la luz
por miedo a perder su fortuna. Descuidará la educación y los servicios públicos
como la tutela de huérfanos.
A la oligarquía le sucede la
democracia, un régimen aborrecido por Platón. La oligarquía nos ha dejado una
sociedad donde habitan unos pocos ricos entregados a la acumulación de bienes y
una gran masa de pobres sin educación alguna y sin recursos. Llegará un momento
en que los pobres detecten la falta de valía de los ricos y tomen su lugar en
el gobierno otorgando las magistraturas por sorteo. Esta costumbre ateniense es
una de las pesadillas de Platón: ¿cómo es posible adjudicar el gobierno de la
sociedad como si fuese la lotería? ¿no es evidente que habrá que seleccionar
para ello a los mejores? Cada cual es, en principio, libre de decir y hacer lo
que le de la gana y de organizar su modo de vida tal como guste. Es en este
sistema, más que en cualquier otro, en el que se manifiesta la diversidad de
los individuos. Platón sugiere que puede ser el más bello de todos los
regímenes y lo compara con un manto multicolor de flores bordadas. Si el juicio
político dependiese de mentes débiles, como las de las mujeres y los niños,
probablemente creerían que la democracia es efectivamente el más bello. También
es el más apto para que los individuos vivan felizmente pues nadie está
obligado a tomar cargos públicos o ir a la guerra sino que cada cual hace lo
que le parece. Hasta los delincuentes y los traidores están a gusto pues es
habitual que no cumplan sus condenas.
¿Cómo se genera el hombre democrático a
partir del oligárquico? Antes de comenzar la narración Platón hace una
distinción entre deseos necesarios e innecesarios. Los necesarios son aquellos
que “no podemos reprimir y que, al ser satisfechos, nos benefician”. Por
ejemplo, el comer y el condimento son necesarios en tanto en cuanto supongan
beneficio para el cuerpo. Los innecesarios son típicos del alma carente de
educación y perjudiciales para el cuerpo. Por ejemplo, el deseo de comidas que
resultan nocivas. Lo mismo ocurre con los apetitos sexuales. El hombre
oligárquico está dominado por los apetitos necesarios pues ve en los
innecesarios un peligro para su economía. Sin embargo, en sus hijos se librará
una batalla entre los necesarios e innecesarios en la que, en ocasiones saldrán
triunfantes los más perjudiciales. Se dejarán arrastrar por los discursos que
igualan el pudor a la idiotez o el control de sí mismo a la falta de virilidad
o la grandeza de espíritu a la prodigalidad. El hombre democrático pone todos
los placeres en pie de igualdad y vive satisfaciendo cada día el apetito que le
sobreviene, “algunas veces embriagándose y abandonándose al encanto de la
flauta, otras bebiendo agua y adelgazando, a veces inclinándose hacia los
guerreros y otras hacia los negociantes”.
A la democracia le sigue el peor de los
sistemas políticos, la tiranía. La transformación de la democracia en tiranía
es posible porque, tanto en el caso del individuo como del Estado, la más
salvaje esclavitud surge a partir de la más extrema libertad. Existen tres
clases sociales dentro del Estado democrático: los zánganos, los ricos, “pasto de
los zánganos”, y el pueblo, que vive dolorosamente de su trabajo. El pueblo,
cuando se congrega, es la clase más poderosa en una democracia pero rara vez lo
hace a no ser que le proporcione algo de riqueza. Si sus líderes se enfrentan a
los ricos, para distribuir la riqueza entre la multitud, suele participar. Es
habitual que los ricos se defiendan e intenten restaurar una oligarquía. El
pueblo reacciona y elige de entre sus filas al más sanguinario como líder.
Este líder, “alguien que gusta de
entrañas humanas descuartizadas entre otras de otras víctimas, necesariamente
se ha de convertir en lobo“, será el tirano.
Para contentar al pueblo mata y
destierra, sugiere abolición de deudas y partición de tierras. Los ricos se
defienden: intentarán ejecutarlo, desterrarlo o asesinarlo a escondidas.
Entonces el tirano solicitará al pueblo una custodia personal. Los ricos, al
verse en minoría y “enemigos del pueblo”, huirán cobardemente y dejarán al
pueblo a merced del tirano.
Este, en principio, sonríe y promete, libera
de deudas y reparte tierras, adopta modales amables… pero al poco tiempo
comenzará una guerra, subirá los impuestos y obligará al pueblo a trabajar día
y noche para que no conspiren contra él.
Quienes no confíen en su mando serán
eliminados y aquellos de sus amigos que le censuren también. “Purificará el
Estado” eliminando a los más sabios, los más valientes y los más ricos. Vivirá
siempre rodeado de mediocres que le hagan sentir seguro. Normalmente los traerá
del extranjero.
Cuando el pueblo quiera retirar su apoyo al
tirano será demasiado tarde. Este es parricida por naturaleza y no respetará al
pueblo, que es su padre, y de hombres libres pasarán a ser esclavos.
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